Bueno, tras el parón fallero (cita obligada para los valencianos) es la hora de recuperar fuerzas (cosa que aún estoy haciendo y que creo durará un par de días más..). Después de 4 días recorriendo la ciudad de arriba a abajo, comiendo buñuelos, yendo a la mascletà y esquivando a los niños locos por la pólvora y los petardos (eso sí, muchos de ellos bajo la mirada irresponsable de sus despreocupados padres) llega la hora de volver manos a la obra y poner los puntos sobre las íes o algo por el estilo.
Amo las fallas, y me declaro fallerista, si algo he de declarar, pero no soporto que los padres dejen que sus hijos vayan echando petardos encima de la gente. Yo también he sido niña, y he odiado los petardos desde entonces. Cada vez que veía uno, salía corriendo hacia el extremo de la calle, pero, ¡horror! allí había otro mandatario de los petardos (que no de la muerte) dispuesto a fastidiarme el paseo y la visita a los monumentos falleros.
Los niños de ahora, parece que no son como los de antes. ¿O si lo son, y somos nosotros los que hemos cambiado?. Estas fallas he ido por Valencia con la misma angustia que cuando era niña, pero esta vez, no he salido huyendo por la calle y he zanjado el asunto como todo adulto hace, recordando a la familia del niño (o no ya tan niño. que eso tiene más delito) al que se le había ocurrido la idea de tirar el petardito de las narices en medio de las mías.
A pesar de todo ello, he salido ilesa un año más y es que por mucho niñato mal educado o padre irresponsable (que haberlos, haylos, como las meigas) , no cambio las fallas por ninguna otra fiesta del mundo mundial.
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